jueves, 18 de febrero de 2010

Cuando las voces de la soledad dictan...





Tragedia ajena en medio de una noche infructuosa

por: Armando Calixto Delgado

Estoy desde hace horas, creo yo –al menos eso me ha parecido-, sentado, perdido, mirando la profundidad de la pantalla del computador. Imaginando mil cosas, pero hasta el momento sin la capacidad de poder describir ninguna de ellas de manera congruente, haciendo uso de las teclas. Me llevo las manos a la cabeza para despeinarme el cabello en señal de fastidio. Parece que esta noche solo he logrado desvelarme infructuosamente, sin ningún resultado. Cierro los ojos para poder adentrarme en mis visiones, nada. Escucho la música de fondo para poder remover, encontrar a la célula que inicie la hiperplasia de la inspiración, nada. ¡Esto definitivamente es un fastidio! Ni siquiera este sentimiento de melancolía que vengo arrastrando desde que mis sentimientos se sincronizaron en las ideas de estar enamorado; me han valido para poder como pescador novel atrapar una idea de creatividad. Me levanto del asiento, me dirijo al guardarropa, me visto y salgo de mi habitación dejando tras de mí una estela de fastidio. Aquí no tengo nada, ni la inspiración, ni el sueño, ni tu presencia en esta cama fría; pienso, mientras me alejo de mi casa sin un rumbo definido.
Mis pasos me llevan entre el fresco y la soledad de la madrugada a la playa, toda solitaria, arrullada, por el golpe constante de las olas sobre la superficie tersa de la arena. Me despojo del calzado y me doy a caminar sobre la arena húmeda. Una sensación de fascinación y temor se apodera de mí. La soledad, la oscuridad por todas partes y el rugido constante del mar son una combinación atemorizante, más en una noche sin luna. Entre ese temor casi instintivo me detengo para ver de frente al mar, que miro lejano y más profundo que mis propios pensamientos en esa habitación de mi casa, en la que me encontraba aprisionado. Me derrumbo de un solo movimiento hacia atrás, con los brazos abiertos sobre la arena. Caigo de espaldas y me quedo inerte, contemplando las estrellas. En estos momentos y en tales condiciones es inevitable dejar de pensar en ti, mi amor. Esta soledad me mata y la lejanía de tu presencia ha vuelto un verdadero suplicio mi estadía en este puerto. Busco encontrar entre las estrellas a alguna que quiera acceder a ser mi mensajera ante ti, rogando que entre sueños puedas descifrar mi mensaje melancólico y amoroso. Con el pensamiento puesto en alas sobre ti y ante la duda de: qué pensará, qué hará, me extrañara…, me imagino la textura de tu piel entre la arena tibia. Tu cuerpo me acaricia a través de la forma caprichosa de los millones de granos que se adhieren a mi piel. Tu cabello y su aroma, tu sonrisa y la voz tierna de tu ser confundida en el golpe de las olas, me gritan entre la extensa oscuridad: te amo mi amor, te extraño, ven a mí… En este momento no necesito nada. Hasta el fresco barlovento me recuerda a tus caricias anheladas en esas noches infinitas de tu ausencia, en aquellos giros repetidos sobre la cama para rescatar algo de sueño, en esos despertares a mitad de la noche con las manos curvadas en el vacío queriendo aferrarme a ti. Este momento mágico me había rescatado tu presencia en esta metáfora vivencial, podía permanecer aquí, eternamente…
De pronto, unas voces de altercado a unos 20 metros de donde encontraba, me arrancaron de la poesía del momento. Podía percibir perfectamente a un hombre y una mujer que discutían airadamente. Al parecer ella le recriminaba el haberlo encontrado con otra mujer (al menos eso me pareció que era, por el significado de las frases de ella). Él la insultaba y le reprochaba estar harto de ella. Las frases y el tono de sus voces fueron en aumento a cada instante. Me sentí fastidiado por la interrupción, aún estaba tirado sobre la arena y apenas y veía sus siluetas entre las sombras. Cerré los ojos para escapar de la situación. De pronto un grito agudo me erizó los cabellos, casi estuve a punto de levantarme del sitio, pero no lo hice. Dirigí la mirada a las sombras que ahora se habían fundido en jaloneos violentos y golpes. De pronto un sonido sordo y estruendoso se confundió con el de una ola que acababa de azotar a la orilla de la playa. El grito se prolonga y poco a poco se paga; de la silueta que habían formado ambos, una se escurre hasta caer pesadamente sobre la arena. En el momento la figura más corpulenta corrió en dirección a mí hasta tropezar y caer casi sobre mí. Pude sentir el jadeo de su respiración excitada, y hasta juraría haber visto el blanco de sus ojos inmensamente abiertos que me miraron fijamente. Un frío recorrió mi ser de punta a punta; posiblemente al verse descubierto, su reacción sería la de eliminarme también a mí, pensé. Casi al instante de un solo impulso se levanto, yo me quedé inmóvil, viéndolo, mientras el salía corriendo saltando sobre mi cuerpo hasta alejarse. Me levanté y corrí hacia el bulto que yacía tirado sobre la arena; totalmente inerte y con una gran mancha oscura brotándole de la cabeza. No había nada que hacer, me cercioré de no tocar nada y también me aleje casi corriendo, al tiempo que por medio del teléfono celular, muy nervioso, daba aviso al número de emergencia de haber escuchado unos disparos en esa parte de la playa. Mientras caminaba lentamente sobre la avenida principal para llegar a mi casa -ya más tranquilo-, pude ver entre luces rojas y azules las camionetas de la policía que pasaban velozmente con las torretas encendidas, en dirección al sitio referido.

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